Breve historia de las Claqués
Comportamiento e influencia en los públicos
En esta ocasión haremos un pequeño análisis del
comportamiento de una parte del público que acude a los espectáculos culturales
y artísticos, y de sus intereses a lo largo de la historia.
El diccionario Pequeño Laruosse dice: Claqué: Grupo de personas pagadas o que asisten
gratis a un espectáculo para aplaudirlo. Pero parece que la definición del
Larousse es incompleta porque, al menos en nuestro país, las Claqués son grupos
de personas, profesionales o no, que solo se dedican a “enaltecer las virtudes” de quien les paga ya
sea económica o afectivamente, estos también se dedican a denostar a los
enemigos artísticos del auspiciador.
Si bien a lo largo de la historia se han otorgado a
las artes las virtudes enaltecedoras del espíritu humano, a mi parecer esto no
es muy cierto; al interior de los gremios, los artistas no solo viven una
eterna lucha por acreditar, ante los propios compañeros y el público, su capacidad creadora e interpretativa; la
lucha más cruenta y las acciones más virulentas, consisten en desacreditar, a
toda costa, la capacidad y el profesionalismo de sus colegas, ayudados por “públicos
y especialistas comprados”, alterando –corrompiendo- la percepción, el
análisis, el juicio y la indispensable dialéctica que debe surgir a partir de
los hechos artísticos y culturales.
Dicen los que saben, que Nerón creó las claqués cuando
ordenó que cinco mil jóvenes, pagados obviamente, le ovacionaran cada vez que
saliera a escena; así en los espectáculos de la Roma imperial, en pleno siglo I, se establecieron
grupos de claqués que inclusive cobraban según la intensidad del aplauso; ya
entonces las claques tenían tres clases de aclamaciones y, por supuesto, de
precios.
Los rudos
En el siglo XVII, las costumbres españolas en los
espectáculos teatrales eran replicadas en la Nueva España, el público acudía a
presenciar una serie de espectáculos, que se verificaban tanto en el foro como en los diversos
lugares ocupados por el público: mosquete, patio, bancas, palcos donde se
dirimían a gritos, y a veces a golpes, diversos asuntos que iban de lo personal
a lo social y de lo político a lo religioso.
En estos espectáculos el violento público del mosquete, que hoy llamamos platea, presenciaba el espectáculo de
pie, con la cabeza descubierta, aunque estaba prohibido por el reglamento; era
muy frecuente que externara su desagrado, muchas veces pagado por las compañías
rivales, arrojando contra los representantes hortaliza y edificio, esto es piedras, ladrillos y desperdicios
vegetales, llevados exprofeso o desprendidos de las paredes, llegando a dar fin
al espectáculo, y, en alguna ocasión, a los actores.
Autores y actores sentían un pánico mortal por estas
broncas inducidas, capaces de hundir la reputación mejor cimentada. Las claqués
eran reclutadas de entre los más bajos fondos sociales, entre los cuales se
contaba el gremio de zapateros, que usaban como munición los zapatos viejos, así
la ruda concurrencia del mosquete imponía a punta de zapato, hortaliza y edificio las preferencias estéticas o los
intereses diversos de quienes les pagaban ya que un desmán causado con motivo de
la presentación de una obra podía llevar a la cancelación de la misma, o
inclusive al retiro de la licencia a la compañía.
Conforme se profesionalizaba el ejercicio de la música
sucedía lo mismo con las claqués, durante el siglo XIX y hasta mediados de XX,
el aplauso se planeaba y ejecutaba con todo cuidado. El Capo di Claqué era un líder que acudía a los ensayos y acordaba con
los artistas, colocaba a sus huestes en sitios estratégicos y señala con
precisión, los momentos de las aclamaciones. Para 1920 en Italia se publicó la
siguiente tarifa: “Aplauso continuo”
15 liras; “interrupciones con bene o
bravo” 5 liras; “bis” repetición
de una obra o un fragmento 50 liras; “entusiasmo frenético” por arreglo
convencional entre el artista y el capo.
Las claqués mas agresivas fueron las de los teatros de
ópera, en la misma Opera de Viena existió, y tal vez siga existiendo, una claqué que lo mismo ha aplaudido de manera
gratuita a algunos artistas que ha acabado con el prestigio de otros “sin
explicación alguna, o porque alguien inicio el barullo”; en algún momento los
capos de claqués llegaron a extorsionar, así como a no aceptar, a los pésimos artistas; de este modo, la claqué
del Teatro Regio de Parma devolvió su dinero a un pésimo tenor que había pagado
sus servicios y al día siguiente acudió a silbarle; en la Scala de Milán, los
partidarios de una cantante por medio de una claqué, trataron de abuchear a la
mismísima María Callas, pero la claqué oficial respondió con tal fuerza que
hubo gritos, pleito, golpes, policía, función suspendida y dos pleitistas en la
cárcel. En el Metropólitan Opera House de Nueva York estuvieron a punto de
cancelar los lugares sin asiento, lugar tradicional de la claqué, si
continuaban los desmanes que llegaron a la violencia física.
Los Técnicos
Complementaria a la plebe que lanzaba improperios, ladrillos, zapatos y
vegetales, había una plebe que lanzaba tinta, y palabras; antes se les llamó
cronistas, luego se les llamó críticos, después reporteros y ahora se les llama analistas; el caso es
que, en su mayoría, son personas que poco o nada saben de arte, pero que tienen
el manejo de la palabra para hacer y deshacer al gusto de quien los patrocina. Algunos
de estos especialistas copian programas literalmente y añaden a sus artículos
notas irrelevantes como la cantidad de público, las personalidades que
acudieron, etc. Hace algunos años, llamé a una gran concertista de piano para
disculparme, pues no había podido asistir al concierto que había ofrecido en Oaxaca
y aproveché para felicitarla por el
éxito que había tenido, según leí en la prensa, “no pude ir, estoy
muy enferma”, fue su respuesta; así que los cronistas "de programa" son capaces
de inventar eventos que no sucedieron, como en esa ocasión, en que los elogios
a las instituciones y personalidades que auspiciaban y apadrinaban el concierto
eran más reiteradas y exacerbadas que el concierto mismo. En contraparte, otros han sido verdaderos
jueces imparciales en el juicio del arte y la cultura: Tácito y Suetonio en la
época de Nerón; George Bernard Shaw en el siglo XX y en México José Antonio Alcaráz y Juan
Arturo Brennan, son claros ejemplos de respeto a la profesión.
Los Modernos
Modernamente a los integrantes de las claqués de
nuestro país les conocemos como “paleros” y utilizan todas las armas posibles
que van desde el descrédito profesional a la difamación personal, la infamia y
la traición, por desgracia estos son elementos comunes en todas las manifestaciones
del medio artístico. En Oaxaca existen también claqués, desde las más
pequeñas integradas por los familiares y amigos de los artistas, hasta otras, mas
grandes y virulentas, que incluyen “periodistas culturales” y “analistas
artísticos” y que se dedican, como ya dijimos, a denostar
a los enemigos y a “enaltecer las supuestas virtudes” de quien les paga.
Por cierto: ¿Es usted parte de una claqué?
Por cierto: ¿Es usted parte de una claqué?
Jorge Mejía torres
Basado en textos de: Jorge Velasco, José Rojas Garcidueñas, Ileana Azor
y Armando de Maria y Campos.
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