miércoles, 7 de junio de 2017

ORQUESTA SINFÓNICA DE OAXACA CONCIERTO DEL 26 DE MAYO



Aprecia-dos lectores, continuemos en este intento, que trata de abrir un lugar para el diálogo propositivo e informado, acerca del arte de la música, sus comentarios y aportaciones son bien recibidas, le darán razón y enriquecerán este espacio; hágannos llegar la información acerca de los conciertos y actividades musicales, trataremos de acudir; esta es nuestra reseña del concierto de la Orquesta Sinfónica de Oaxaca, interpretado la noche del 26 de mayo de 2017.  
Desde el principio encontramos sorpresas, la orquesta sufrió adiciones respecto a la del concierto pasado, la cuerda fue reforzada ¡¡en los contrabajos!!, que pasaron de dos a cuatro; sin embargo, los violines primeros siguieron siendo seis, número similar al de los segundos, cuatro violas y cinco violoncellos; así que, con una cuerda, pobre en la parte superior y desbalanceada en la parte grave se interpretaría el concierto; en Oaxaca existen los elementos humanos para integrar una gran orquesta, ¿porque no llaman a los violinistas y violistas oaxaqueños que participaron el año pasado?.
Después de la insufrible presentación pueblerina, en la que una anónima voz menciona lo escrito en el programa de mano, inició el programa, cuyas obras giraron alrededor de la inefabilidad del destino: sombrío, cuando la muerte acecha; brillante, cuando el amor triunfa, y cruel, cuando en la plenitud nos arranca lo más amado.


“VALS TRISTE” DE JEAN SIBELIUS; MUSICA INCIDENTAL PARA EL DRAMA “KUOLEMA” (“LA MUERTE”) DE ARVID JÄERNEFELD
En una carta, dirigida a un amigo, Jean Sibelius expuso los sentimientos que le embargaban hacia 1910: “Estoy bajo la experiencia de las horas más sublimes de angustia creadora que jamás haya experimentado”; en ese año el finlandés se encontraba componiendo su Cuarta Sinfonía y la música incidental para el drama “kuolema” (“La Muerte”), escrito por su cuñado Arvid Jäernefeld; la profundidad sombría del texto de Jäernefeld, que narra la muerte de una mujer, la escena fue plasmada por Sibelius en un vals que es a un tiempo: agónico, dulce y obscuro que se va endureciendo conforme se incrementa  la velocidad y la sonoridad; al finalizar la agonía y la muerte se presenta como un gran silencio del que emergen los armónicos de cuatro violines.
Tomando un tiempo pausado, sin llegar a la lentitud, el maestro Areán permitió que la orquesta “se asentara” y exhibiera sus posibilidades interpretativas, inclusive esperándole en algunos momentos; si bien la obra no demanda grandes asuntos técnicos, al tratarse de una composición frecuentemente ejecutada, es conocida por los músicos, pero requiere primordialmente de atención por lo expresivo del discurso, los rubattos y los ralentandi; la cuerda cumplió (desbalanceada pero intentando vehemente en cubrir la falta de integrantes), las maderas y los metales realizaron una decorosa interpretación, aunque un tanto ligera en la parte final del stretto.


“EL IDILIO DE SIGFRIDO”, DE LA OPERA “SIGFRIDO” DE RICHARD WAGNER
Richard Wagner, en su libro: “El Arte de dirigir la orquesta”, impreso en 1870, manifestaba: “Toda la expresión, toda la vida, toda el alma que las obras, que se revela en la simple lectura de la partitura, pero apenas se percibe en la ejecución orquestal, y puedo afirmar, que pasaban inadvertidas de la mayor parte de los oyentes”.

El idilio de Richard Wagner y Cósima Lizt, ex esposa de Antón von Bullow e hija de Franz Lizt, tuvo como fruto, además de sus tres hijos, un bello pasaje musical que enmarca la escena en la roca de la Valquiria, hasta donde llegó Sigfrido, el “hombre que no conocía el miedo”; allí el vencedor de Loge besó los labios de Brunilda, quien renuncia a servir a Odín por seguir a su amado.  

Es sabido que el mismo Wagner, pedía que en la interpretación de sus obras el director pusiese “fuego”, cosa que solo reconocía en las interpretaciones hechas por Johann Strauss padre; en la actualidad no es aceptable interpretar Wagner con una cuerda escasa, en su tiempo el desarrollo de la técnica y la sonoridad de los instrumentos de aliento fue impresionante, el mismo requería para la interpretación de sus partituras, por lo menos 12 violines primeros, 10 segundos y 8 violas (y como en este caso no se trataba de una serenata navideña al pie de una escalera), con una cuerda aguda tan escasa (aunque la partitura contemple partes a 1 en flauta, oboe, fagot y trompeta). La ejecución fue limitada, pero cuidadosa; nuevamente, el Mtro. Areán, sabiendo que no había posibilidades para grandes expresiones, y atento a las posibilidades de la orquesta realizó una interpretación a pie de nota con algunos pasajes interesantes.


2ª SINFONÍA EN RE MAYOR DE LUDWIG VAN BEETHOVEN
Ludwig van Beethoven, apodado despectivamente como “El Español”, escribió en 1801 al pastor Amenda y al doctor Wegeler, al saber que su sordera era incurable: “He de ser feliz … Agarraré al destino por las fauces, y no logrará abatirme. ¡Una vida silenciosa! . . No estoy hecho para ella”; este mismo espíritu inspiró a Beethoven al componer su Segunda Sinfonía escrita al siguiente año; en ella plasmaría musicalmente el epitafio de la sinfonía clásica y la fe del nacimiento de la sinfonía romántica; en el primer movimiento reconocemos los últimos destellos de Haydn, el final de Mozart en el segundo movimiento, y también los primeros grandiosos anuncios de la liberación del genio universal de Beethoven en el tercero y el cuarto; ese año también vaciaría su espíritu en una carta dirigida a sus hermanos (nunca enviada), y se resignaría a aceptar su destino.
Hector Berlioz, con voz autorizada, describe la nobleza, la energía y la elevación del primer movimiento, la “facundia” y la conmovedora solemnidad de la introducción, la riqueza orquestal y tímbrica del allegro. Del segundo movimiento, andante, destaca el tratamiento melódico, que ya no consisten en imitaciones canónicas, sino en un devenir constante de la melodía, antecedente que serviría a Wagner para el desarrollo de su propio lenguaje. Aparece en el tercero un scherzo (broma en italiano) como una caprichosa fantasía en la que el puntilleo de los diferentes instrumentos crea colores y ambientes musicales hasta entonces desconocidos. El cuarto movimiento, allegro, fino y chispeante, de forma tan novedosa que algunos analistas definen como una forma sonata más desarrollada, otros como un rondeau y Berlioz como un scherzo en dos tiempos. Lo cierto es que esta obra, que es tratada irreverentemente por muchos, contiene los embriones de la obra posterior de Beethoven, es el punto final del clasicismo orquestal y el principio del romántico.
Boukorechliev escribió que Beethoven: “creó una nueva concepción de la orquesta donde todos los instrumentos son requeridos para asumir las funciones de un instrumento solista”, entonces, por las implicaciones técnicas e interpretativas, puedo decir que la orquesta realizó un buen intento, pero esta obra requiere de una cuerda suficiente en cuanto a elementos, sólida, potente en muchos momentos, y muy expresiva en otros (en el tiempo de Beethoven los instrumentos de aliento poseían menos posibilidades sonoras); indispensable también es contar con alientos precisos (es necesario poner atención al 2º corno); así que pese al empeño de la cuerda, los alientos (aun tocando piano) pasaban por encima; la interpretación entonces estuvo marcada por la voluntad y el empeño.
El maestro José Areán es un excelente director de orquesta, maestro experimentado y respetuoso de las posibilidades de la orquesta, asumió tempos e interpretaciones que ayudaran a la cohesión del grupo, consiguió, en la medida de lo posible, balancear el conjunto y lograr pasajes muy aceptables, sin llegar a los niveles interpretativos a que nos tiene acostumbrados; es un líder natural que no requiere del pódium, su naturaleza gregaria le impele a bajar del estrado para literalmente “participar” con la orquesta; su quinésica motiva, provoca e incita al grupo, el contacto visual y gestual con los músicos es permanente, la previsión y la exactitud de su marca es notable. En resumen, a punta de conocimiento, voluntad e inspiración llevó a la orquesta un paso adelante de lo escuchado en el concierto anterior.

En este artículo he mencionado varias veces lo escuálido de la cuerda alta  de la OSO, ya que el número de integrantes de una orquesta sinfónica obedece, acústicamente, a la compensación sonora con los instrumentos de aliento y las percusiones, a los requerimientos del compositor, de la obra y del espacio en el que se toca, y, aun contando con la magnífica acústica del Teatro Macedonio Alcalá, se nota lo insuficiente de la sección; sabemos que esto obedece a cuestiones administrativas, de planeación, etc., que están fuera del ámbito  artístico. Los maestros que integran la Orquesta Sinfónica de Oaxaca no requieren descargo alguno, pero lo haremos porque les tenemos en alta consideración, tanto en lo personal como en lo artístico, pues ante las adversidades administrativas y políticas se han comportado con nobleza, con entereza, anteponiendo el arte a sus propios intereses; se desempeñan conforme a sus posibilidades musicales, pero se engrandecen y las superan a punta de voluntad e ímpetu, son poseedores de las virtudes ancestrales de los músicos mexicanos.
Alfonso Reyes y Carlos Chávez recordaban a Igor Stravinsky, en su viaje a México, en 1940, quien luego de dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional, reconoció que los músicos mexicanos, interpretaban más por su naturaleza musical que por la técnica y la academia; y, siguiendo a Paul Valéry, mencionó que la interpretación del músico de nuestro país era principalmente sensitiva antes que intelectual; por ello quienes sabemos un poco de música reconocemos, y agradecemos, el esfuerzo de los integrantes de la OSO.

Hasta otra ocasión.


Jorge Mejía Torres




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