Aprecia-dos lectores, continuemos
en este intento, que trata de abrir un lugar para el diálogo propositivo e
informado, acerca del arte de la música, sus comentarios y aportaciones son
bien recibidas, le darán razón y enriquecerán este espacio; hágannos llegar la
información acerca de los conciertos y actividades musicales, trataremos de
acudir; esta es nuestra reseña del concierto de la Orquesta Sinfónica de Oaxaca,
interpretado la noche del 26 de mayo de 2017.
Desde el principio encontramos
sorpresas, la orquesta sufrió adiciones respecto a la del concierto pasado, la cuerda
fue reforzada ¡¡en los contrabajos!!, que pasaron de dos a cuatro; sin embargo,
los violines primeros siguieron siendo seis, número similar al de los segundos,
cuatro violas y cinco violoncellos; así que, con una cuerda, pobre en la parte
superior y desbalanceada en la parte grave se interpretaría el concierto; en
Oaxaca existen los elementos humanos para integrar una gran orquesta, ¿porque
no llaman a los violinistas y violistas oaxaqueños que participaron el año
pasado?.
Después de la insufrible
presentación pueblerina, en la que una anónima voz menciona lo escrito en el
programa de mano, inició el programa, cuyas obras giraron alrededor de la
inefabilidad del destino: sombrío, cuando la muerte acecha; brillante, cuando
el amor triunfa, y cruel, cuando en la plenitud nos arranca lo más amado.
“VALS TRISTE” DE JEAN SIBELIUS; MUSICA
INCIDENTAL PARA EL DRAMA “KUOLEMA” (“LA MUERTE”) DE ARVID JÄERNEFELD
En una carta, dirigida a un
amigo, Jean Sibelius expuso los sentimientos que le embargaban hacia 1910:
“Estoy bajo la experiencia de las horas más sublimes de angustia creadora que
jamás haya experimentado”; en ese año el finlandés se encontraba componiendo su
Cuarta Sinfonía y la música incidental para el drama “kuolema” (“La Muerte”),
escrito por su cuñado Arvid Jäernefeld; la profundidad sombría del texto de Jäernefeld,
que narra la muerte de una mujer, la escena fue plasmada por Sibelius en un
vals que es a un tiempo: agónico, dulce y obscuro que se va endureciendo
conforme se incrementa la velocidad y la
sonoridad; al finalizar la agonía y la muerte se presenta como un gran silencio
del que emergen los armónicos de cuatro violines.
Tomando un tiempo pausado, sin
llegar a la lentitud, el maestro Areán permitió que la orquesta “se asentara” y
exhibiera sus posibilidades interpretativas, inclusive esperándole en algunos
momentos; si bien la obra no demanda grandes asuntos técnicos, al tratarse de
una composición frecuentemente ejecutada, es conocida por los músicos, pero requiere
primordialmente de atención por lo expresivo del discurso, los rubattos y los
ralentandi; la cuerda cumplió (desbalanceada pero intentando vehemente en
cubrir la falta de integrantes), las maderas y los metales realizaron una
decorosa interpretación, aunque un tanto ligera en la parte final del stretto.
“EL IDILIO DE SIGFRIDO”, DE LA OPERA “SIGFRIDO” DE RICHARD WAGNER
Richard
Wagner, en su libro: “El Arte de dirigir la orquesta”, impreso en 1870, manifestaba: “Toda la expresión, toda la vida, toda el
alma que las obras, que se revela en la simple lectura de la partitura, pero
apenas se percibe en la ejecución orquestal, y puedo afirmar, que pasaban
inadvertidas de la mayor parte de los oyentes”.
El idilio de Richard Wagner y Cósima
Lizt, ex esposa de Antón von Bullow e hija de Franz Lizt, tuvo como fruto,
además de sus tres hijos, un bello pasaje musical que enmarca la escena en la
roca de la Valquiria, hasta donde llegó Sigfrido, el “hombre que no conocía el miedo”; allí el vencedor de Loge besó los
labios de Brunilda, quien renuncia a servir a Odín por seguir a su amado.
Es sabido que el mismo Wagner,
pedía que en la interpretación de sus obras el director pusiese “fuego”, cosa
que solo reconocía en las interpretaciones hechas por Johann Strauss padre; en
la actualidad no es aceptable interpretar Wagner con una cuerda escasa, en su
tiempo el desarrollo de la técnica y la sonoridad de los instrumentos de
aliento fue impresionante, el mismo requería para la interpretación de sus
partituras, por lo menos 12 violines primeros, 10 segundos y 8 violas (y como
en este caso no se trataba de una serenata navideña al pie de una escalera), con
una cuerda aguda tan escasa (aunque la partitura contemple partes a 1 en
flauta, oboe, fagot y trompeta). La ejecución fue limitada, pero cuidadosa; nuevamente,
el Mtro. Areán, sabiendo que no había posibilidades para grandes expresiones, y
atento a las posibilidades de la orquesta realizó una interpretación a pie de
nota con algunos pasajes interesantes.
2ª SINFONÍA EN RE MAYOR DE LUDWIG VAN BEETHOVEN
Ludwig van Beethoven, apodado
despectivamente como “El Español”, escribió en 1801 al pastor Amenda y al
doctor Wegeler, al saber que su sordera era incurable: “He de ser feliz …
Agarraré al destino por las fauces, y no logrará abatirme. ¡Una vida silenciosa!
. . No estoy hecho para ella”; este mismo espíritu inspiró a Beethoven al
componer su Segunda Sinfonía escrita al siguiente año; en ella plasmaría
musicalmente el epitafio de la sinfonía clásica y la fe del nacimiento de la
sinfonía romántica; en el primer movimiento reconocemos los últimos destellos
de Haydn, el final de Mozart en el segundo movimiento, y también los primeros grandiosos
anuncios de la liberación del genio universal de Beethoven en el tercero y el
cuarto; ese año también vaciaría su espíritu en una carta dirigida a sus
hermanos (nunca enviada), y se resignaría a aceptar su destino.
Hector Berlioz, con voz
autorizada, describe la nobleza, la energía y la elevación del primer
movimiento, la “facundia” y la conmovedora solemnidad de la introducción, la
riqueza orquestal y tímbrica del allegro. Del segundo movimiento, andante, destaca el tratamiento
melódico, que ya no consisten en imitaciones canónicas, sino en un devenir
constante de la melodía, antecedente que serviría a Wagner para el desarrollo
de su propio lenguaje. Aparece en el tercero un scherzo (broma en italiano) como una caprichosa fantasía en la que
el puntilleo de los diferentes instrumentos crea colores y ambientes musicales
hasta entonces desconocidos. El cuarto movimiento, allegro, fino y chispeante, de forma tan novedosa que algunos
analistas definen como una forma sonata más desarrollada, otros como un rondeau
y Berlioz como un scherzo en dos tiempos. Lo cierto es que esta obra, que es
tratada irreverentemente por muchos, contiene los embriones de la obra
posterior de Beethoven, es el punto final del clasicismo orquestal y el
principio del romántico.
Boukorechliev escribió que
Beethoven: “creó una nueva concepción de la orquesta donde todos los
instrumentos son requeridos para asumir las funciones de un instrumento
solista”, entonces, por las implicaciones técnicas e interpretativas, puedo
decir que la orquesta realizó un buen intento, pero esta obra requiere de una
cuerda suficiente en cuanto a elementos, sólida, potente en muchos momentos, y
muy expresiva en otros (en el tiempo de Beethoven los instrumentos de aliento
poseían menos posibilidades sonoras); indispensable también es contar con
alientos precisos (es necesario poner atención al 2º corno); así que pese al
empeño de la cuerda, los alientos (aun tocando piano) pasaban por encima; la
interpretación entonces estuvo marcada por la voluntad y el empeño.
El maestro José Areán es un
excelente director de orquesta, maestro experimentado y respetuoso de las
posibilidades de la orquesta, asumió tempos e interpretaciones que ayudaran a
la cohesión del grupo, consiguió, en la medida de lo posible, balancear el
conjunto y lograr pasajes muy aceptables, sin llegar a los niveles
interpretativos a que nos tiene acostumbrados; es un líder natural que no requiere
del pódium, su naturaleza gregaria le impele a bajar del estrado para literalmente
“participar” con la orquesta; su quinésica motiva, provoca e incita al grupo, el
contacto visual y gestual con los músicos es permanente, la previsión y la
exactitud de su marca es notable. En resumen, a punta de conocimiento, voluntad
e inspiración llevó a la orquesta un paso adelante de lo escuchado en el
concierto anterior.
En este artículo he mencionado
varias veces lo escuálido de la cuerda alta
de la OSO, ya que el número de integrantes de una orquesta sinfónica
obedece, acústicamente, a la compensación sonora con los instrumentos de
aliento y las percusiones, a los requerimientos del compositor, de la obra y
del espacio en el que se toca, y, aun contando con la magnífica acústica del
Teatro Macedonio Alcalá, se nota lo insuficiente de la sección; sabemos que
esto obedece a cuestiones administrativas, de planeación, etc., que están fuera
del ámbito artístico. Los maestros que
integran la Orquesta Sinfónica de Oaxaca no requieren descargo alguno, pero lo
haremos porque les tenemos en alta consideración, tanto en lo personal como en
lo artístico, pues ante las adversidades administrativas y políticas se han
comportado con nobleza, con entereza, anteponiendo el arte a sus propios
intereses; se desempeñan conforme a sus posibilidades musicales, pero se
engrandecen y las superan a punta de voluntad e ímpetu, son poseedores de las
virtudes ancestrales de los músicos mexicanos.
Alfonso Reyes y Carlos Chávez
recordaban a Igor Stravinsky, en su viaje a México, en 1940, quien luego de dirigir
la Orquesta Sinfónica Nacional, reconoció que los músicos mexicanos, interpretaban
más por su naturaleza musical que por la técnica y la academia; y, siguiendo a Paul
Valéry, mencionó que la interpretación del músico de nuestro país era
principalmente sensitiva antes que intelectual; por ello quienes sabemos un
poco de música reconocemos, y agradecemos, el esfuerzo de los integrantes de la
OSO.
Hasta otra ocasión.
Jorge Mejía Torres
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